Leer en México, el privilegio del que todavía no se habla lo suficiente: no alcanza ni hay tiempo

Leer en México, un privilegio. (Getty Images)
Leer en México, un privilegio. (Getty Images)

Leer es un privilegio del que todavía no se habla lo suficiente. Cada vez que se destacan las estadísticas de lectura en México, con el pretexto del Día del Libro, hay aspectos que salen a relucir: los mexicanos leen poco. Y entonces empieza una proclama común: habría que hacerlo más. La encuesta de Módulo sobre Lectura del INEGI otorga algunos aspectos que vale la pena repasar.

Por ejemplo, el porcentaje de lectura en México ha bajado desde 2015 hasta la actualidad: entonces, un 84.2% de la población había respondido que leyó algún material, contra el 69.6% de 2024. Si se trata del promedio, cada mexicano lee 3.2 libros al año (al año pasado eran 3.4). El promedio en Estados Unidos es de cien libros por cada persona. Es ahí cuando surgen las quejas, sin reparar en un apartado clave: el privilegio que implica leer en México.

Los precios en librerías pueden llegar a ser muy altos, más que un salario mínimo. (Getty Images)
Los precios en librerías pueden llegar a ser muy altos, más que un salario mínimo. (Getty Images)

Los libros de las principales cadenas comerciales no son accesibles para la población. En este país, el salario mínimo es de 248.93 pesos al día. Valga un ejemplo comparativo: Nos vemos en agosto, la novela de Gabriel García Márquez inédita, publicada hace un mes, tiene un precio de 348 pesos en las principales tiendas físicas y digitales de libros. Y ese es el rango: difícilmente se encuentran títulos nuevos, o de autores reconocidos, que bajen de los 250 pesos. De ahí para arriba, con excepciones conocidas como saldos.

Habrá quien apele a los libros de uso, esos que se encuentran en puestos callejeros; o bien hablar de las editoriales que se caracterizan por sus precios bajos (como Editores Mexicanos Unidos). Sin embargo, un libro "barato" (cien pesos, cincuenta pesos) sigue siendo un gran gasto para quienes ganan el salario mínimo —un tercio de empleados mexicanos, para ser exactos—. Es una realidad y habría que entenderla antes de establecer críticas sobre los niveles de lectura en México. Y hay otro factor no menos importante: el tiempo del que se dispone para hacer esta actividad.

No es un asunto menor. En 2022, los mexicanos trabajaron, en promedio, un total de 2mil 226 horas al año, el registro más alto a nivel mundial. Hay poco tiempo y un dinero que no alcanza ni para lo elemental. ¿Entonces, con esas circunstancias, cómo juzgar a quien no lee? El mundo soñado sería ese: que a todos les gustara y que todos pudieran hacerlo. Las librerías llenas, las ferias acusando escasez de libros; los autores haciendo lecturas ante multitudes en estadios y las estadísticas infladas hasta los cielos. Los libros digitales también son caros. Y los PDF gratuitos tienen otra condicionante: contar con un dispositivo electrónico adecuado —y de nuevo el tiempo—.

La lectura digital también supone obstáculos: contar con tecnología y tiempo libre. (Getty Images)
La lectura digital también supone obstáculos: contar con tecnología y tiempo libre. (Getty Images)

Habría que añadir también el factor de la presunta superioridad intelectual: el histórico afán de sentirse mejores por tener acceso a la lectura. Como lo de recordó la escritora Irene Vallejo en la FIL Guadalajara 2022. “En sus primeros momentos, quienes disfrutaban de los libros se aseguraban de dejar fuera a las personas, a la mayoría de la sociedad, y custodiaron celosamente a ese tesoro de palabras. Fueron necesarios siglos y siglos de esfuerzo para que los libros se vayan expandiendo, para que fueran recibiendo a las personas que quedaron excluidas, y ese ha sido un gran logro colectivo”.

Hoy la lectura es más accesible que en las épocas citadas por Vallejo. No hay un grupo de intelectuales que bloquee el conocimiento. Pero sí existen circunstancias que dificultan el acceso a los libros: no hay tiempo ni hay dinero. Resulta en vano señalar con el dedo a una población que tiene otras prioridades y que sufre por motivos más graves que una solapa dañada, una hoja duplicada o una portada mal hecha.